Allá por los felices años 20, a semejanza de las conocidas tertulias literarias, proliferaron en España las llamadas “peñas” cinematográficas, cenáculos y corrillos de cafés donde se reunían gentes del cine —directores, artistas (como se les llamaba entonces a los actores), algún que otro cameraman y otras gentes de dudosa reputación—. Una de las más populares era la del café “La Maison Dorée”, en la calle Alcalá al lado del teatro Alcázar, que albergaba la numerosa y animada peña cinematográfica “Los Caimanes”, mezcla de oficina de contratación, gaceta de noticias ilusorias, anuncio de grandes producciones —que no solían pasar de meros proyectos— y mucha picaresca desordenada en busca de un posible capitalista, al que hoy denominamos productor. Allí se acuñó el termino caimanía —“derivado tal vez de caimán, de reunión de caimanes al acecho, con la boca dentada bien abierta para engullir al primer capitalista que cayera por los aledaños”, como evocaba Santiago Aguilar en una crónica del mundo cinematográfico de la época recogida por Fernando Méndez Leite en su “Historia del cine español”, (Editorial Rialp, Madrid, 1965).
Todo esto viene a cuento de la polémica que se está levantando en torno a algunos artículos publicados estos días en la sección de Cultura de La Voz de Galicia, firmados por el escritor y periodista Camilo Franco —enhorabuena una vez más, Camilo, por tu excelente trabajo de investigación—. En concreto me refiero al del domingo día 15, “Congelado el rodaje de largometrajes en Galicia en lo que va del 2007”, y al de hoy, día 17, “Cultura respaldó la producción de diez películas en el 2006”.
Como soy parte implicada me gustaría observar que aquellos artistas de los años 20, fueron relevados por los productores del siglo XXI que, como cocodrilos, están (estamos) agazapados al acecho, no ya de capitalistas, sino de las instituciones y televisiones (especialmente, si son públicas).
No tienen la culpa las instituciones y televisiones, no. Más bien creo que algunos —no todos, que conste— de esos caimanes de hoy, no contentos con devorar la jugosa presa del erario público, pretenden además que la presa se suicide lanzándose alegremente en sus fauces, para no tener que hacer así ni el menor esfuerzo cinegético, con la única excusa de que se pretenden poderosos. Y, carentes del menor escrúpulo, a una mala, son capaces incluso hasta de intentar zamparse al frailecillo, ya sabéis, esos humildes pajarillos que limpian los dientes de los cocodrilos porque ellos no pueden limpiárselos a sí mismos.
Si alguna culpa tienen (o han tenido alguna vez) las instituciones o televisiones, es haber apostado por los caimanes en vez de por los frailecillos.
1 comentario:
Oye, una puntualización.. Los frailecillos no son del ártico??? Dudo que haya caimanes por esas latitudes
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